Las personas más bellas que he conocido, son aquellas que han conocido la derrota, el sufrimiento, la lucha, la pérdida y han encontrado su manera de salir de las profundidades.
Las personas bellas no suceden por casualidad. Éstas personas tienen una gratitud, sensibilidad y comprensión de la vida que los llenan con compasión, dulzura y una preocupación amorosa.
También hay belleza en las caídas, el dolor bien digerido; forma y esculpe personalidades más atractivas e integradas en la sociedad.
El dolor asumido con madurez, desarrolla la compasión hacia los demás y nos hace estar más receptivos y abiertos a todos, y por supuesto a uno mismo, aceptarnos y querernos como somos.
Todos convivimos con la posibilidad de la muerte, pero para los moribundos, se trata de una certeza ¿qué hacen con esa conciencia intensificada? se arriesgan más porque ya no tienen nada que perder. El miedo nace del ego, de ese personaje que confunde lo que soy; lo que tengo (dinero), lo que hago (trabajo) o lo que me valoran (reconocimiento). Cuando el ego desaparece, porque tomas conciencia de que tú eres digno con independencia de los abalorios y lentejuelas que te adornan; entonces el ego se diluye. No hay nada que temer, porque tampoco no hay nada que perder. Es el miedo en sí lo que nos produce tanta desdicha en la vida.
Vivir, es sólo para personas valientes, y ser valiente es precisamente afrontar los asuntos “inacabados”.